'Vengo de un avión que cayó en las montañas...'

MONTEVIDEO. "¿Nadie pilotea?" Gustavo Zerbino se paseaba inquieto por el avión. Estaba intranquilo y transpiraba. Por eso se incorporó, y caminó hacia la cabina. Encontró a los pilotos conversando, mirándose y tomando mate. Ante su inquietud, ellos le respondieron que no tenía de qué preocuparse, pues viajaba en una nave de última generación, con un "piloto automático que casi anda solo".

Hacía poco que el Fairchild 517 de la Fuerza Aérea Uruguaya había despegado del aeropuerto de Plumerillo, en Mendoza, Argentina, a donde arribó desde Montevideo, en escala técnica, para continuar su rumbo hacia Santiago de Chile. La nave llevaba a 45 personas, entre tripulantes y pasajeros, la mayoría de ellos integrantes de la selección amateur de rugby del colegio Old Christians Stella Maris.

Minutos antes de despegar de Mendoza, Gustavo se había acercado a conversar con la esposa del doctor Francisco Nicola, médico de la selección, para decirle que tenía el presentimiento de que el avión se iba a caer. Su intención era recibir alguna frase de ánimo. Lejos de hacerlo, Esther le aseguró que pensaba lo mismo.

Aunque no lo comentaron con nadie más, no eran los únicos con ese presentimiento. Liliana, esposa de Javier Methol, pareja de amigos de uno de los jugadores, también le había dicho a su cónyuge que tenía miedo. Él se molestó con ella. Era la 1:20 de la tarde y el avión empezaba a cruzar la Cordillera de los Andes. Corría 1972. Viernes 13 de octubre de 1972.

EL ACCIDENTE
"Señores, aprontémonos, porque vamos a bailar un rato". Los pilotos del Fairchild detectaron un frente de tormenta mientras cruzaban la cordillera, y prefirieron alertar a sus pasajeros para evitar los inconvenientes. Pero en el avión todo era broma. Para muchos de los viajeros era su primera salida de Uruguay, y estaban invadidos por la euforia.

"Ole, ole", fueron los gritos de los muchachos luego del primer sacudón al avión. "Por favor, átense los cinturones para que no se desparramen los cadáveres", dijo uno de ellos, generando la hilaridad colectiva. Pero el segundo remezón les cortó la alegría de golpe. Dos de los tripulantes de la nave corrían de un lado a otro con la carta de navegación en las manos. El bello espectáculo de las montañas nevadas observadas desde las ventanillas estaba a punto de convertirse en una película de terror. Una de 71 interminables días de duración.

Fuera de control, el Fairchild impactó con los picos de las montañas, se partió y cayó por entre las rocas y el hielo. Luego, todo quedó en el más absoluto silencio.

LA REUNIÓN
Han pasado 36 años desde que ocurrió la tragedia de los Andes, una de las más recordadas en la historia de la aviación. Y es la primera vez que alguien logra reunir a las 16 personas que sobrevivieron al accidente, con el fin de que cuenten todo aquello que no dijeron en su oportunidad.

Si bien muchos detalles se conocieron a través del libro y la película "Viven", esta se armó con el testimonio de unos pocos. En este caso, el periodista Pablo Vierci, ex compañero de colegio de la mayoría de sobrevivientes, convenció a todos.

"¿Por qué después de tanto tiempo? Porque sienten la necesidad de devolverle a la sociedad lo que ella les dio, una segunda oportunidad para vivir. Este es el desenlace, el punto final a esta historia", explica. Todos los relatos, uno a uno, se encuentran en "La Sociedad de La Nieve", libro que Vierci presentó recientemente en Montevideo, acompañado por la totalidad de sus protagonistas. Parte de estos testimonios se vieron en el documental "Vengo de un avión que cayó en las montañas" de Gonzalo Arijón.

UN SALTO AL VACÍO
Alimentarse con los cuerpos de los fallecidos fue, según el testimonio, como un salto al vacío que todos decidieron dar. Algunos con más convicción, y otros porque no tuvieron más remedio. "Nos dieron sus músculos para seguir caminando, y eso lo teníamos asumido todos", justificó Gustavo Zerbino.

Algunos de los 'rugbistas' dicen que era algo similar a una comunión. La entrega del cuerpo y sangre de sus amigos, para darles vida. Ellos también se habían ofrecido como alimento si les tocaba morir. Era su forma de contribuir para que el resto viviera.

Ningún detalle es omitido en esta narración. Algunos de los cuerpos tuvieron que ser devorados completamente, aprovechando todos los órganos y las vitaminas que estos contenían, para mantenerse en pie. Incluso el calcio de los huesos. El libro cuenta --sin revelar la identidad-- que hubo un momento en que uno de los sobrevivientes llegó a sentir hambre al ver las heridas de uno de sus compañeros.

LA EXPEDICIÓN FINAL
Fernando Parrado y Roberto Canessa fueron los dos miembros de la "sociedad" que debieron aventurarse y salir en busca de ayuda. Provistos de carne envuelta en ocho medias, partieron junto con Tintín Vizintín, caminando hacia el oeste, con la brújula que habían extraído de la cabina del avión. Vizintín debió regresar al fuselaje, dejando sus provisiones a los dos que continuaban.

Después de caminar por diez días, sorteando montañas de más de 4 mil metros de altura, se encontraron con el arriero chileno Sergio Catalán. El arriero y los expedicionarios estaban separados por el cauce de un río. Era de noche y el chileno les dijo que volvería al día siguiente, para ver qué necesitaban.

Al amanecer, Catalán llegó con una hoja de papel. La envolvió en una piedra y ató en ella un lapicero, para que Canessa y Parrado escribieran.

"Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedaron 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar, ¿dónde estamos?", fue el texto que llegó de vuelta a manos del arriero.

Catalán les hizo una señal con el dedo y partió raudo hacia el primer puesto de Carabineros, que quedaba como a medio día a caballo. Luego, sería el propio Parrado quien, a bordo de un helicóptero, guio a los pilotos chilenos hacia el lugar exacto en donde estaban sus amigos. Al verlos, ni el soldado más duro pudo contener las lágrimas. Era como presenciar una resurrección.

EL DRAMA DE LAS FAMILIAS
Muchos familiares no dejaron de buscar a sus hijos. Uno de ellos fue el padre de Carlitos Páez, don Carlos Páez Vilaró, quien recibió el aviso de que había sobrevivientes del accidente justo cuando estaba a punto de embarcarse en Santiago de regreso a Montevideo, en uno de sus viajes de búsqueda. Tampoco dejó de hacerlo el padre de Roberto Canessa, y mucho menos las madres de todos.

Un día antes de su partida, la mamá de Daniel Fernández había preparado el postre que a su hijo tanto le gustaba, tarta de fresa. "Guárdamela en el congelador que la como el lunes cuando regrese", le dijo él. Dos meses y medio después, el 24 de diciembre, cuando volvió, rescatado de las montañas, su madre sacó la tarta del 'freezer', intacta, pues no había permitido que nadie la tocara, y le recordó que tenía el postre servido en la mesa.

La segunda muerte
Los sobrevivientes tenían consigo una radio a pilas que escuchaban por las mañanas, sobre todo a la hora del noticiero. Fue a través de ella que, a los diez días del accidente, se enteraron de que ya no los buscaban.

Cuando salieron Parrado y Canessa a buscar ayuda, ellos escucharon esos apellidos en el noticiero, junto con la palabra sobrevivientes, pero la señal se perdió, y no sabían si habían aparecido vivos o muertos.

Hasta que entró una señal nítida con el Ave María de Schubert. Para ellos, fue suficiente para saber que estaban salvados.